Me desperté a menos de dos metros
de la rocas, golpeé ligeramente con las botas en la nieve pero mi cuerpo giro
empezando a colocarme de cabeza, levante los pies en un acto reflejo, encorvé
el cuerpo y llegó el impacto. No entendía nada, aquella velocidad antes del
golpe, el dolor intenso. Profundo. Persistente. Ahora lo entiendo, había
perdido el conocimiento 50 o 60 metros montaña arriba y me había deslizado por
aquel canal de nieve, hasta el final, donde solo había rocas. El golpe fue brutal.
Me levante de un salto como
queriendo negar que hubiera ocurrido nada. Seguía incrédulo, dolor, el dolor lo
invadía todo. Si hay dolor no estoy paralítico, estoy de pie y me cuesta
mantenerme en vertical. La respiración se convierte en continuos soplidos, no
puedo dejarme ir, no puedo desmayarme, ¡no hay un palmo de terreno entre las
rocas!, aquí no.

Me palpo instintivamente el
hombro y noto una punta en vez de la redondez típica del deltoides. ¡Pero yo
noto el brazo como si lo moviera! . El dolor del golpe en la espalda hace que
no exista otro. Sigo moviendo piernas y brazos mientras resoplo sin control,
mantener la verticalidad es lo primordial. Por el rabillo del ojo veo que algo
se mueve a mi espalda, es mi brazo que sube y baja extendido. Me he descoyuntado,
¡pero no he perdido el brazo!.
De nuevo aparece el instinto. Un
gesto como de ponerse una camisa, hacia delante, uno no, dos, con toda la
fuerza a la tercera, un chasquido y el brazo está aquí. ¡Buaa!, Que pasada
estoy entero. Y lo muevo todo, o casi todo, el brazo izquierdo ha quedado un
poco tonto pero también lo puedo mover. El dolor en la espalda sigue intenso y
profundo, mi respiración sigue muy acelerada, soplando incontroladamente. Ahora
hay que mantenerse en pie, recuperarse y salir de aquí.