Domingo, ocho y cuarto de la mañana, coche a doble fila aparcado en una vía de tres carriles. Ni un alma por la calle. A quien madruga dios le ayuda. Ya no.
Un individuo que había salido temprano a buscar la prensa, espera que abran el quiosco tomando un café cortado en el bar de al lado. No es un pendón que está tomándose la espuela, es un hombre maduro que vive en la huerta y baja a la ciudad el domingo a buscar la prensa. A buscar el periódico para mirar desesperado, un domingo más, las páginas de empleo.
Con el convencimiento de que el primero que lo ve se lo queda, cada domingo madruga para ser el primero en ver las ofertas de trabajo que publica la prensa. Está vez cuando salga, encontrará un papel en su coche, y descubrirá que es noventa euros más pobre. ¡Noventa euros!, no es baladí para alguien que busca su suerte en un empleo de sol a sol a cambio de poco más de seiscientos euros.
Más o menos a la misma hora, apenas setenta metros más arriba, en la misma calle, le revientan el coche a mi padre unos desalmados. Es domingo, primerísima hora, con un tráfico nulo, y ni un alma por la calle. Pero dos individuos aparecen sonrientes y le dejan un papelito al del café cortado. Dos individuos, han bajado de su coche patrulla, pero sigue sin haber ni un alma por la calle.
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