El cuadrilátero

Con la rodilla al suelo esperando oír cantar la cuenta de protección. En la esquina se respira con dificultad, en la mano la toalla que aprieta un brazo con todos los músculos en tensión. Nuestro hombre lanza una mirada alrededor y agacha la cabeza. Espera que la cuenta llegue a ocho. Intenta respirar. Con dificultad, rellena con lo que puede su capacidad torácica, al máximo, y expira esperando notar al cerrar los ojos, como el oxigeno corre por sus venas hasta llegar a las puntas de sus extremidades.

Algunas partes es como si ya no estuvieran. Futuras cicatrices que señalan que hubo algo que ya no está. Que importa si la herida está en la mejilla o ha sido la parte emocional, la autoestima, la más dañada. Quizás lo que falta es aquel departamento que con tanta ilusión buscaba soluciones para la mejora de su empresa.

Porque de lo que estamos hablando y que podría ser una escena sacada de una creación “stallionana”, es la realidad actual para muchas de las empresas y empresarios de este país.

Esperando el final de la cuenta de protección. Especie de cuenta atrás para tomar decisión. Y afortunado se puede considerar el que pueda mantenerse con la rodilla en la lona con la incertidumbre de si se levantará antes de llegar al final. Muchos, cabizbajos, saben, que si bien no besaran la lona, tampoco serán capaces de levantarse antes de que la cuenta llegue a diez.

Esta vez no ha sido un gancho ni un directo. La financiación. Ha venido en forma de financiación, o la carencia de ésta más bien dicho. Las entidades financieras en un fantástico juego de pies han asomado, y en lo que podría tantearse como golpe bajo, el árbitro lo acepta como bueno resultando ser el golpe final.

Y para colmo el de la toalla en vez de volar a dar aire al noqueado, corre a secar el sudor del púgil más fuerte. Este para colmo es el que se queda con la bolsa, ¡menudo botín!.
Pobre España.

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