La de veces que nos enrocamos en nuestras posiciones, inamovibles, convencidos de la realidad de los hechos. La de veces que nos ponemos la mitra de infalibilidad cual escudo antimisiles. La de veces que nos negamos a aceptar que hay rosas en invierno.
La empatía, es esa cualidad tan en boga hoy entre los gurús del management. Esa virtud, habilidad, incluso técnica, nos dicen, que todo buen ejecutivo, empresario u hombre de negocios debe aprender a cultivar. Como las rosas en invierno.
A la indicación de: “póngase en la posición de su interlocutor”, respondemos que vale, que sí. Que incluso en su propia piel somos capaces de sentirnos, es decir, no sólo lo vemos sino que además los sentimos, ¡qué sensación!. Pero aún así no conseguiremos que existan las rosas en invierno.
Todo ello desde un cabeza bien amueblada y sobretodo, muy, muy bien informada. Porque tenemos internet y estamos“googlelizados”. Nuestras palabras se cincelan en granito, nuestras ideas en bloques de mármol. Porque, no hay rosas en invierno.
No sería tan malo enrocarse en términos ajedrecísticos. Movemos las piezas para protegernos, el rey y la torre se mueven en las coordenadas izquierda derecha, en las coordenadas oeste este. Sin salirse de la misma línea, también con el objetivo de proteger nuestras posiciones, y sin embargo ofrecen otra perspectiva.
En ningún otro lugar existen más psicólogos que en Argentina. Pero no hace falta ser licenciado en Argentina, ni en Chile, ni en Uruguay. Y sin embargo allí, hasta los niños saben, ven, sienten y disfrutan de la maravillosa fragancia de las rosas en invierno.
Acordémonos de los chinos en fin de año. Son unos cuantos. Y están entre nosotros.
Que ese muro de roca se resquebraje, que deje pasar el olor de la empatía, que podamos disfrutar de un placer que no se toca, no se ve, pero se siente. Huelan. Son las rosas en invierno.
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