Es el declive de la naturaleza. El ocaso de la vida. Periodo propicio para depresiones. El día da paso con prontitud a la noche, y la noche es oscuridad. Desata ésta un miedo atávico ante la falta de luz, de visión y por tanto, ante lo desconocido. Nos envuelve el otoño.
Pero en la sabiduría excelsa de la naturaleza la muerte antecede a la vida. Y no por antiguo deja de ser eficaz el barbecho. Incluso recomendable la quema de los restos. Tierra quemada. El fuego purifica. Elimina las malas hierbas y nos libra de ellas. Drástico. Natural.
No somos tan diferentes por el hecho de poder autotransportarnos de un lugar a otro. Se impone seguir a la naturaleza y seguir políticas de tierra quemada. El pasado a la hoguera. Eso significa que jamás, nunca, salvo con la maquina del tiempo, podremos ver nuestro jardín como estaba.
Pero tampoco se trata de tirar por la borda todas las experiencias vividas. Las cenizas de los campos quemados son el primer regalo de la nueva vida. Los campos esperan nuestro abono, eliminemos de una vez todo vestigio de la temporada anterior, se hace imprescindible el empleo del fuego. Tabla rasa total, también aquel rosal que aguanto los crudos inviernos pasados, todo. Y aprovechemos las cenizas, no dejan de ser experiencias, cambió su estado físico pero ahí están, para enriquecer el abono que prepara la bienvenida a nuestro nuevo jardín. Nuevo, desconocido, y por ende miedo. Pero la naturaleza es sabia. La yerba volverá a brotar, con más fuerza si fue abonada. La muerte invierte en vida.