Los llevaba unos cuantos coches por delante. Eran cuatro
todoterreno de los gordos, pintados en un tono mate. Al dar una curva me encontré
de cara con un tiparaco de dos metros que venía a la carrera por el centro de
la carretera dirigiéndose hacia nosotros.
Casi paré el coche cuando sin dejar de correr me soltó amablemente “sigan adelante” . Y vaya lo que tenía delante.
No se cómo ni cuándo les había dado tiempo a parar los
cuatro todoterreno, dos en un carril y los otros formando un pasillo. Delante
me encontré con otro armario, todos con chaleco y armas largas, este, la tenía
en bandolera mientras sostenía una
cadena de clavos que mas parecía un instrumento diabólico de tortura que la línea
lista para ser abierta y reventar toda rueda que la sobrepasase.
Entonces vi, que el que me había cruzado corriendo, y otro
en sentido inverso, lo que hacían era ir colocando a la carrera unos conos en la
calzada. No habían acabado de colocar las líneas de conos, y todo un grupo de
guardias se habían desplegado en ambos carriles, cada uno en su posición,
perfectamente cuadrados, parecían un equipo de futbol americano esperando las órdenes
del quarterback.
Todo paso muy rápido pero había algo que me llamo la
atención. A medida que nos acercábamos despacio, me fije en cada uno así los fuimos
rebasando. Ninguno nos miró al cruzarnos, salvo el primero. No nos miraban a
nosotros, miraban más allá. De un lado a otro iban barriendo, como un faro, con
la mirada.
Estábamos cerca de la frontera, me encontré a gusto, que
suerte contar con esta gente. Estos son los hombres del GAR. Y aunque estos días
nos hemos hinchado a ver por todos lados el Je
suis belguique, yo no. Yo soy español.
Coño! , a veces da gusto.
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