El caso es que la ínclita compañía, a pesar de disponer de
múltiples ramificaciones entre el sector público, y estar bien posicionada en
numerosos países de varios continentes sufría un constante goteo de personal.
El departamento de recursos humanos siempre andaba desbordado de trabajo. En
búsqueda constante de nuevo personal. Intentando tapar así, esas goteras por
donde se perdía el talento. Poco a poco, pero de forma constante.
Resultaba curioso que una empresa dedicada al cuidado del
medio ambiente, reprodujera tan fielmente el ciclo natural del agua en su
tratamiento de los recursos humanos. El calor de la acogida imitaba al poder
del sol sobre los mares. El nuevo trabajador experimentaba una sutil pero
constante elevación hasta situarse sobre el resto de mortales, estaba, se creía,
en el cielo. Como con la evaporación del agua, también lo hacia su esencia,
como humano. Ya era una nube. A partir de ahí, dependía de los vientos. A pesar
de no disponer del gobierno sobre el propio rumbo, los dulces y cálidos alisios
del inicio le permitían viajar y ver mundo. Pero el propio ciclo te arrastra
hasta la costa, donde de manera inevitable tarde o temprano, aparece un
obstáculo.
Entonces, no importa el tamaño de la montaña. Ni del
problema. No decide la nube, sino el viento. Aflojar en su intensidad para que
todo fluya y se supere el obstáculo. O mantener la fuerza pretendiendo quizás tumbar
la montaña, ¿con una nube?. En cualquier caso, hace tiempo que el individuo
dejo de controlar su destino. Hace tiempo que está en manos de los caprichos
del viento. En cuanto la presión llegue a un punto, se precipitara como gotas
de lluvia, o de talento. Debiendo iniciarse de nuevo el ciclo. Que trabajo más
fértil para la tierra, que trabajo más estéril para los recursos humanos.
(continuará...)
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