El hartazgo. Caerse de espaldas,
brazos y piernas arriba mientras notas el aire golpeándote por detrás, caes. No
es un pozo, más bien un espacio en blanco, no hay paredes y sigues cayendo. No
hay nada donde agarrarse solo ves el
cielo que se aleja, dios!, también es blanco!. Ni una pared cercana donde arañar
siquiera para ir frenando la caída. Y sin embargo, no hay dolor. Sólo miedo, o
ni eso, susto sí, miedo ya no. El problema es que no llega nunca el final, sea
el que fuere, no hay suelo, no hay fondo, hasta el destino parece esquivo. Solo
existe la caída. Pero hay algo extraño, la velocidad no aumenta con la caída,
si me fijo, incluso parece que la gravedad deje de tirar de mi hasta notar como
si estuviera flotando. Quizás sea para dar tiempo a la mente de ser consciente
de la caída, ahora ya mucho más atemperada la velocidad, todo va más despacio.
Sí, sigo cayendo aunque ya no parezca que haya saltado de una avioneta. Ya no
me preocupa el impacto, no lo habrá. No me preocupa nada, solo la incomodidad
de ese estado de ingravidez, esa falta de control del propio destino. Y del
final de mi esternón sale fuego, ¿o está entrando?, lo noto pero no lo veo.
Tengo piernas, tengo brazos. Los puedo mover soy consciente de mis extremidades
pero ya no busco donde agarrarme, ya no braceo ni pataleo, me dejo ir. Piernas
y brazos quedan colgados hacia arriba, mi columna va curvándose y una fuerza
invisible tira de mi abdomen. Blanco solo blanco.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario