La rendición del Estado

Sangre, mucha sangre. Cuerpos desmembrados, muñones para toda la vida. Un padre cayendo sobre las rodillas, antes de desplomarse de cara al suelo. Todavía el niño sigue aferrado a esa mano grande, que aprieta con fuerza por el susto de la detonación. Ojos abiertos como platos, una mirada a ese hombre que desde atrás le grita “txakurra”, y escupe sobre el cuerpo tendido en la acera. Sin soltar la mano, mira de nuevo abajo, en el suelo, al otro extremo del brazo algo irreconocible, una masa sanguinolenta mezclada con cabello, tira de él pero solo sirve para que salga un nuevo borbotón de sangre, oscura espesa. Inmóvil, de pie en el mismo sitio, sigue con la mirada como se aleja caminando aquel individuo. Sus pies ya han sido invadidos por un charco irregular que va creciendo por momentos. Sangre , mucha sangre.


Han pasado los años, pero la mirada de aquel individuo no ha cambiado. Lleva el pelo corto, con marcadas entradas y de color blanco pero al cruzarse con él, a modo de un fogonazo, le aparece la imagen, incluso le parece haber oído una fuerte detonación. Mira alrededor, los transeúntes caminan sin inmutarse, habrá sido su imaginación, aquella mirada. Aquella mirada, dura , penetrante, no ha cambiado, la línea visual coincide, se encuentran las miradas, se detiene el tiempo. Por un instante todo, coches , autobuses, viandantes , hasta los pájaros parecen detenerse en el aire sin aletear, el mundo se para en su rotación. Tuerce el gesto el individuo, y con la boca entreabierta manteniendo la mirada fija en los ojos de David, masculla: “txakurra”, gira el rostro y escupe hacia el suelo con fuerza mientras arranca a caminar hacia un grupo que le espera y jalea con banderas y pancartas. Está de campaña.

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